martes, 16 de octubre de 2012

Un libro y dos paellas.

Llegué a la playa en bañador y mi madre me preguntó "¿te vas a bañar?", contestándose inmediatamente, "no, que hay mucha corriente". No me dejó ni tiempo para reaccionar, ni intentos de otear las olas ni nada. Me cerró de lleno el plan. Mientras, mi padre hacía la rana en la orilla dando muestras de tibieza dentro del agua de octubre.

Tanto ajetreo matinal nos dio hambre. Por eso recogimos la paella en el Macario y nos subimos a casa. Antes de que nos hubiésemos sentado, Celia ya estaba comiendo así:


Al arroz lo acompañamos con salmón y otros entrantes. Cada vez que mi padre pinchaba las patatas, mi madre suspiraba un "looooreeeennnnn" despacito, como de cabreo sostenido. Por la tarde nos esperó una siesta de verano, que sirve para cualquier época del año. Después fuimos a ver Lo imposible a un cine de Gandía. Como la película estaba dando resultados y a la gente le parecía que era una buena forma de pasar un sábado, en la sala ni recogían las palomitas ni daban descanso a las luces. Al entrar, mi madre dijo: "No veía el cine así ni aunque lo dieran por un euro". Algo un poco rebuscado pero cierto: estaba a reventar, no como en las pelis trasnochadas que ven los jubilados un martes por la tarde. De ahí que, al salir, le confesara a mi padre "al menos hemos visto un estreno", como reprochándole "siempre me llevas a las atrasadas, tacaño". No contentos con las palomitas, al llegar a casa montaron un ágape en la terraza que ni en las comuniones. Mi padre se hizo hasta un bocata a la una. Mi madre café con un buen pitillo. Mientras sacábamos la fruta, mi padre se sentó a leer el periódico y hacer los crucigramas tal que así:



La última mañana, antes de ir a comer otra paella a Cullera, se correspondió con otro bañito. En este se animó hasta mi madre. "Está estupenda", decía mientras se atusaba el pelo seco. Mientras yo iba a hacer sauna, corría y me leía El cojo y el loco, de Jaime Bayly, Celia repasaba unas fotocopias bien feas, con columnas y sin márgenes, como los comentarios de texto del instituto:



Yo no quería, de verdad. Pero no pude. Viendo que la siemprestudiando había tenido el decoro de ponerse un bikini y una gorra para bajar a la arena, tuve que acabarme el escandaloso, salvaje y feroz ejemplar de literatura peruana lejos de lo criollo. No como en casa, donde habitualmente me es imposible pues Celia salta y despotrica contra todos como Dios la trajo al mundo. Luego, además, pisa los apuntes sin piedad y se arrodilla como una niña castigada para clamar por su desdicha.

Eso que nos llevamos: una pequeña joya, dos paellas y un estreno "angustioso", según lo calificó mi madre antes de entrar o leer cualquier crítica de Boyero.

"- Presidente, ¿Sabes que deberías convocar elecciones?
Él lo leyó y buscó con cierta prisa el bolígrafo en el bolsillo de su camisa. Escribió u le entregó el bloc de nuevo.
- ¿Me dices eso tú?
- ¿Quién si no? Te eligieron para hacer una política. Las circunstancias han cambiado, ahora consideras que no debes hacerla. Disuelve las Cortes, di a los ciudadanos que te dieron su apoyo para un proyecto, y que la situación requiere, en tu opinión, medidas muy distintas, opuestas, y que les pide apoyo otra vez."
Acceso no autorizado, Belén Gopegui.


¿A quién se refería Gopegui cuando escribió esto, en 2010?

jueves, 11 de octubre de 2012

Perfumes de mujer.

La llegada a Nicaragua estuvo marcada por dos objetos bien fungibles: un cedé de Carlos Mejía Godoy y un nacatamal a primera hora de la mañana que a más de uno nos revolvió el estómago. De entrada. Luego hubo otras cosas: saludos, visitas a varias ciudades en un tiempo imposible y lecturas interrumpidas. Si queremos ir por partes, lo más propio es acertar a poner alguna de las diez mil fotos que nos hicimos desde que pisamos la estación de Managua. Un ejemplo rápido:


Si creíamos que se nos habían acabado las horas de asiento acolchado no podíamos estar más perdidos. La primera noche, en un bar que resultó ser un fast food de frijoles acompañado por la música de un trovador, se sacó el pastel y se repartió al por mayor: "Mañana, Granada. Pasado, León; y si nos da tiempo al otro, Massaya". Así lo resolvió Bayardo. Nosotros, por no parecer maleducados ni conquistadores dijimos que sí a todo sin saber que las pretensiones se equivalían a venir un fin de semana a España y ver (en autobús) Madrid, Sevilla y Salamanca.

Pero resistimos. Celia acompañaba más al grupo en los cánticos y gritos del grupo. Yo intentaba aislarme de vez en cuando en alguna lectura ligera, pero era incapaz:

Todos acabábamos en bloque. Algunos, incluso, eran tan conscientes de nuestro volumen que en los autobuses ayudaban a subir a la gente. Como Bayardo, que, con medio cuerpo fuera y la mejilla pegada a tres señores, se atrevía a decir "En el fondo hay sitio. No se corten". Una técnica muy utilizada que Karen tradujo en "Potense, que llevan ropa". Dijo que era lo que decían en El Salvador, sin poder contrastarlo con los provenientes de aquel país: Iris, sus padres y Vickry. Roberto, el padre, dedicaba el día a buscar música de la revolución y a intentar que viéramos El dictador y la comentásemos, algo que fue imposible después de que Celia se propusiese hacer una paella para quince.


Al acabar la ruta nos juntamos con Pablo y Patri cerca de la frontera con Costa Rica y pillamos un coche. Como solo llevábamos a Carlos Mejía, Pablo acabó cantando (con acento) "Son tus perfumes mujer, los que me suliveyan" -que nadie sabe bien lo que quiere decir y que, según sostiene una teoría lingüística de la Universidad de Zaragoza, se aproxima a "solviar": es decir, lo mismo-. No contento con esa matraca, añadía "tus ojos son de colibrí, ¡ay, cómo me aletean!". Por eso acabamos todos con cara de locos. Parando en las cunetas y pidiendo sopa de marisco. Eso, si queremos, además, ponerle un broche descolocado para unos días serenos: