martes, 23 de febrero de 2010

Odorama en el gimnasio.


En el gimnasio las máquinas pasan a humanizarse y las personas a robotizarse. En el silencio de la línea musical retumban de fondo el prosódico movimiento de pedales y el golpe acompasado de los pies en la cinta.
Una chica mueve todas sus extremidades frente al espejo contemplándose desde otra omnisciencia: se gusta. Comprueba su gesto al correr, sus brazos brillantes de sudor, su pecho ceñido y el perfilado de sus piernas y cintura. Más allá, un señor en edad de trabajar se mueve desgarbadamente en una bici estática mientras observa la distracción de una ama de casa con chándal anticuado delante del monitor con programas de cotilleo.
Entonces empieza el programa de Arguiñano y todos se congregan en torno a la guasa y sus recetas. De repente comienza a oler a ajo frito y a cebollas a fuego lento. Los paladares se estimulan y uno a uno desalojan puntuales el santuario del ejercicio para prepararse el almuerzo.
Yo, inmediatamente, subo y me preparo la comida en una sartén a medio aclarar. Con la culpabilidad que provoca todo exceso, reflexiono: ¿no será una táctica de los propietarios para perpetuar a los clientes en la rueda de la ingesta de calorías y el adelgazamiento?

lunes, 22 de febrero de 2010

Amelie en Madrid


Aunque sea lunes y el tiempo no se muestre tan generoso como esperamos, siempre puedes cambiar el color de las cosas a costa de tu imaginación (o de polarizador).
El fin de semana parece dejar un sabor de boca amargo. Salir hasta tarde, regresar de un viaje o no descansar lo suficiente no es motivo para encontrarse a las ocho de la mañana a jóvenes corriendo y abuelos paseando al perro mientras un toxicómano aspira el aire fresco del amanecer arrugando papel de plata con un pantalón de ciclista. O pasar justo en el momento en que abren la librería de la esquina o cuando el dependiente de una frutería coloca las alcachofas como si fueran de porcelana. O que una chica joven de vestimenta siniestra se sirva de un bastón con ruedines para llegar hasta una tienda de fotos mientras una fila de octogenarios aguarda a la apertura de un centro de exposiciones donde proyectan la historia de una adolescente embarazada.
En fin, que el final de febrero nos conduce inevitablemente a otra primavera y nosotros tenemos la llave para adelantarla o eternizar el invierno.
PD.: Siento este optimismo pueril a todos los que se levanten cada mañana a eso de las siete y no como algo excepcional.

viernes, 12 de febrero de 2010

Utópicos


Contra el descreimiento y la pasividad. Contra todo y, sobre todo, con humor. Así trata Leo Bassi una realidad en continuo movimiento desde hace miles de años. Una obra con remansos y acelerones de la que sales con ganas de hablar, de actuar, de disfrutar y de vivir.
Lo mejor que se puede hacer cualquier noche. Corred, que sepan que somos más y estamos armados con carcajadas y optimismo.

jueves, 4 de febrero de 2010

La cinta blanca


Nadie puede negar que es una buena película. Que su imagen es poderosa y su trama inquietante. Sin embargo, dudo de aquel que la vea con placer más de dos veces o que la anteponga a otras menos sólidas de diálogos ágiles.

La golosina cultural, por Vicente Verdú.

¡Por fin, habrá fútbol todos los días! El sueño histórico de las masas de aficionados o de los aficionados en masa ha llegado a realizarse justo en un momento que, como preconizaban las élites, su capacidad de distracción amansaría oportunamente la agitación social. Por fin las masas reciben lo que ansiaban y con ello cabría esperar que se atontaran con su contento ocasional.
¿Qué ocurre cuando la Wikipedia es el centro del saber y la sabiduría se desliza hacia la muchedumbre?
No sería desde luego un contento verdadero pero la misma alineación de las masas, según el marxismo, les impediría distinguir la ficción de la verdad, el salario de la plusvalía y el empleo de la explotación. Sin embargo, ¿qué ocurre ahora cuando uno de los términos de esa ecuación desaparece? ¿Qué consecuencias se presentan cuando el trabajo tiende a cero y cuando el sentir actual de las masas no es ya un efecto de la eventual alineación sino la sustancia de la sociedad misma?
En el primer capítulo de La rebelión de las masas, publicado en el diario El Sol (24 de octubre de 1929) el mismo día en que estalló el crash del 29, Ortega certifica "el advenimiento de las masas al pleno poderío social" y añadía, oliendo acaso la larga y profunda depresión: "Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas, cabe padecer".
Ese supremo padecimiento cultural coincidía aquel 24 de octubre con el ascendente dominio de la multitud. Y hay más coincidencias: el fin de la Gran Cultura se dataría, después, con el triunfo de esas masas.
Umberto Eco en Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas no creía, hace ahora 45 años, en la entidad e identidad de la cultura de masas. Este fenómeno sería como un subproducto que fabricaba la cultura burguesa para anestesiar al burdo proletariado.
Tanto las novelas de amor como los modelos estelares del cine o de la televisión proponían situaciones humanas que, en opinión de Eco, no tenían conexión alguna con las situaciones de la población común. Las lavadoras despertaban ilusión donde aún se lavaba a mano y los aspiradores encantaban a las amas de casa de cuyas viviendas era completamente imposible hacer desaparecer el polvo.
Todos los medios de comunicación de masas desarrollaban la función de hipnotizar a las masas. El fútbol, evidentemente, también.
Pero ¿qué ocurre, sin embargo, ahora cuando la Wikipedia es el centro del saber, la sabiduría se desliza hacia la muchedumbre (the wisdom of crowds, the power of many) y la innovación procede de las fuentes abiertas en la Red?
Sucede que es vacuo pensar en un gabinete capaz de diseñar las estrategias de alineación popular para un momento cultural dado y que es ya la misma condición popular quien decide arrolladoramente el diseño del producto. Los chats, las producciones cinematográficas, la programación televisiva, los juegos de la Red, las webs sociales sean YouTube, Facebook o Twitter, sean los intercambios gigantescos, la música, la literatura, el periodismo, el turismo, el porno, el deporte mundial, son fenómenos cuya magnitud imanta la materialidad de lo social.
Hace mucho tiempo que es impertinente hablar de una cultura auténtica y de un sucedáneo de esa cultura. El ámbito tachado de sucedáneo ha ganado la categoría de paradigma y desde una exposición de Tiziano a la proyección de Avatar, la longitud de la cola marca el vigor de su influencia.
¿El fútbol una subcultura? Nadie puede afirmarlo sin pasar por trasnochado. En esta nueva cultura de masas donde habitamos todos, se ofertan juntos menús de muchas clases: hay platos calientes y helados de tres gustos. En cualquiera de los casos, la cultura ha dejado de ser un alimento sagrado para convertirse en una golosina cuyo noble fin, en medio de esta amarga crisis, es tratar de endulzar el paladar.