lunes, 30 de agosto de 2010

Dunas y perros junto a Taiwanesa.

Pasa el tiempo en la relación y, como todo, va cambiando. De repente, un día, te sorprende leer en el blog el siguiente título: "Dunas y perros junto a Taiwanesa"... Lo chistoso del asunto es que el centro de la fotografía lo ocupo "yo" (la que suscribe estas líneas, pero no la selección de título ni la fotografía). No termino de saber en qué parte del título estoy incluída. No sé si soy ya para él, mi canijo narizón, como una parte del paisaje (es decir, una "duna"). Lo de "Taiwanesa" no va comnigo, sino con Sacha, no compartimos nacionalidad, pero sí temor por los bichos de raza canina, por muy pequeñajos, ridículos y escuchimizados que sean... Así que ya sólo me queda pensar que soy "perros"...  Lo cual sería algo contradictorio por el miedo que me dan. Estas cosas son las que pasan con el transcurso de los años...
¡Ay! ¡Quién pudiera vivir una y otra vez los principios del amor!
(...)
¡Y lo bien que nos lo pasamos con el temor al perrillo!

Love Valley.

La naturaleza puede ser caprichosa al esculpir las montañas...

Capadocia Mágica: márquetin y realidad.


La Capadocia era, en principio, una imprudencia: trece horas de ida y trece de vuelta para un viaje en el que nos habíamos propuesto no movernos más que del colchón a la playa.
Sin embargo, entre el petardeo publicitario y las buenas impresiones contrastadas con el top ten mochilero, decidimos alternar costa con interior y nos plantamos en un paisaje propio de otro planeta.
Vendido, claro que sí, pero no falso, como los acabados de cartón piedra de la geografía norteamericana.

Corazón de Éfeso.

Éfeso es un lugar imponente, uno de los escenarios mejor conservados de lo que fue la antiguedad del mundo clásico. (...) Dicen las guías turísticas que hubo un río por allí cerca, en los siglos anteriores a la era cristiana, el Caistro, quizá el río de Heráclito; pero quedó anegado al llenarse de aluviones tras un terremoto. La vieja ciudad se tiende bajo las faldas del monte Koressos y cuenta con soberbios restos. Paseando por Éfeso, uno es capaz, por fin, de entender cómo fue el trazado urbano de una antigua urbe, cómo eran sus calles, cómo sus templos, su biblioteca, su teatro y su ágora. Emocionan la hermosura del templo de Adriano, la biblioteca del Celso, la puerta de Heracles donde termina la vía de los Curetos, las termas públicas y las lujosas viviendas de los notables. Fue la ciudad más importante del Imperio Romano en los territorios de Asia, durante los años del reinado del emperador Augusto. (...) La diosa protectora de la urbe, en tiempos griegos y romanos, era Artemisa. 
La leyenda dice también que, en Éfeso, pasó sus últimos días la virgen María y que, en su iglesia, unos de los primeros templos cristianos que se levantaron en Asia, San Juan escribió su evangelio.
La ciudad fue abandonada por sus habitantes en el siglo XIV, cuando los aluviones que anegaron el rio Caistro cegaron el cercano puerto marítimo. Y Éfeso quedó en las manos de los arqueólogos y a los pies de los miles de extranjeros que la visitan cada año.
Caminaba por la vía de los Curetos abriéndome paso, casi a codazos, entre la avalancha de visitantes. Brillaba el sol sobre los mármoles de antaño. Olía a pinares y cantaban las cigarras. El río de Heráclito no es ahora más que una riada imponente de turistas.

Javier Reverte,
"Corazón de Ulises".

Desayuno continental.

Después de buscar con fruición las maravillosas playas del Egeo, tanto por las Islas de los Príncipes de Estambul como por la costa norte, no tuvimos más remedio que dar el salto hasta Bozcaada, una pequeña isla de turismo local (algo elitista) que contaba con un castillo y un buen pedazo acondicionado para chapotear en aguas frescas. Además, no contábamos con la exquisita hospitalidad de los turcos y con los desayunos que nos tenían preparados a base de una mezcla, sin reglas, de dulce y salado con mermeladas naturales, olivas, queso de cabra y té o café al gusto.

Mar sin playa en Canakkale

domingo, 22 de agosto de 2010

Atardecer en el Bósforo.

Estambul nació en plena expansión Griega por el Mediterráneo y el Mar Negro, en el año 658 antes de Cristo, según establece Heródoto. Su fundador fue Bizas, hijo de la ciudad de Megara, en el Peloponeso, y eligió este lugar a la entrada del Bósforo porque era un emplazamiento fácil de defender y con un puerto natural, el Cuerno de Oro, de ocho kilómetros de longitud. (...) La ciudad de Bizancio fue conquistada, como todo el resto del Asia Menor, por los Persas en el 559 a. C., durante el reinado de Ciro el Grande. Reconquistada luego por Atenas, ganada otra vez por los Persas, cambiando de mano en mano, Alejandor Magno la integró a su imperio en el 334 a.C. En el 133 a. C., los Romanos, la incorporaron, como nueva provincia, a sus inmensos dominios.
La ciudad se convirtió en la urbe más importante del mundo cuando Constantino, en el 330 después de Cristo, declaró el cristianismo como religión oficial del imperio romano y estableció en Bizancio su capital, cambiando su nombre por el de Constantinópolis, "ciudad de Constantino". Más tarde pasó a ser capital del imperio Bizantino, y durante el reinado de Justiniano I se levantó la magnífica basílica de Santa Sofía, el templo cristiano más fastuoso hasta que fue construido en Roma el Vaticano.
A lo largo de los siglos siguientes, Constantinopla sufrió asedios y conquistas por parte de árabes, turcos selyúcidas, venecianos, cruzados cristianos, la Horda de Oro de Genjis Jan, el mongol Tamerlán y, al fin, turcos otomanos. (...) En 1571, los otomanos decidieron extender su imperio hasta Europa, atravesando el canal de Corinto rumbo a las islas del Jónico. Pero una flota de españoles y venecianos los derrotó en el Golfo de Lepanto. Miguel de Cervantes combatió en "la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos", como él mismo llamó a la batalla.
A partir del siglo XVIII, el imperio Otomano entró en declive, bajo la ávida mirada de las potencias emergentes, como Rusia.
El desastre les llegó a los turcos en la Primera Guerra Mundial. Aliados de Alemania y Austria, y derrotados en el campo de batalla -a pesar de su victoria en Gallípolli-, debieron de aceptar la ocupación de Constantinopla por fuerzas aliadas a partir de 1919, y griegos, franceses, ingleses e italianos se apoderaron de casi todos sus territorios.
En 1923, Atatürk proclamaba el nacimiento de la República de Turquía. (...) Una de sus primeras decisiones fue trasladar la capital a Ankara en el interior.
Escaldados en la primera, los turcos se mantuvieron nuetros en la Segunda Guerra Mundial. Cuando la contienda terminaba, declararon la guerra a Alemania y se aseguraron una plaza en la Organización de las Naciones Unidas, creada en 1945.
Pese a no titularse ya como capital, Estambul sigue siendo la ciudad más importante del país, con una población de doce millones de habitantes y una actividad comercial esencial para Turquía. Es la única urbe en el mundo con una pata en un continente y la otra en el otro: un pie en Asia, "la tierra donde sale el sol", y otro en Europa, "la tierra de la oscuridad", pues el significado final de ambos nombres es ése, en las antiguas lenguas indoeropeas y semíticas.
Capital de tres imperios: romano, bizantino y otomano; nacida y crecida con tres nombres: Bizancio, Constantinopla y Estambul; a orillas de tres mares: Mármara, Bósforo y Negro, la ciudad alienta el alma dura de un anciano que ha sufrido y aún sigue siendo fuerte. Es turca por los cuatro costados, pero los griegos, en sus mapas, la siguen llamando Constantinópolis. 


Javier Reverte,
"Corazón de Ulises".

Cangrejeros en vereda islámica.

Amaneceres de narguile.


El amanecer del primer día de un viaje, si todavía no has visto nada, suele ser borroso e inquietante. Nosotros, después del debido tazón de cereales, nos dimos un paseo por los templos del barrio (La Mezquita Azul y Santa Sofía) hojeando los periódicos del día anterior y comprobando que pedir fuego en un bar turco no es descubrir como un tipo barrigudo se saca un mechero bic del paquete de Ducados sino un plato de ascuas para mantener vivo el narguile. Entretanto, Celia se distraía haciendo fotos y presumiendo de que su atino era más acertado que mi obstinación por sacar las dichosas vasijas de cristal...

jueves, 12 de agosto de 2010

Candela.

Cuando viajas a Cuba te asaltan muchas más dudas de las normales. No sólo en lo relativo a la comida, el precio de las cosas o el clima, que cualquier Lonely Planet puede resolver, sino en cómo podrás desplazarte, qué tendrás que decir en la aduana o incluso cómo comportarte.
Minutos antes de despegar hacia La Habana, un tipo venezolano que, encima, presumía de haber estado, nos aseguró que tienes que ir con tour y que te enseñan lo que quieren; que nadie se te puede acercar porque vas continuamente vigilado o hasta que con una pastilla de jabón obtenías sexo con una niña de doce años.
Salvo esto último, el resto es una mentira como un templo, o como una catedral, o como una bodeguita, ya que nos ponemos rumberos.
Se peca de condescendencia y terminas creyéndote que el mismísimo Fidel Castro te va a preguntar en el aeropuerto si tienes intención de implantar el capitalismo...
Puedes recorrer a tu aire (es más, es lo más aconsejable) todas y cada una de las calles de La Habana o de cualquier otra ciudad cubana. Desde los adoquines del centro hasta los barrios populares. Incluso puedes cruzar a nado- si tienes fuerzas y te apetece después de ver a los mulatos chapoteando- desde el Malecón al Morro. Entonces encontrarás miseria, claro que sí, pero también ganas de inventar y de sobrevivir. Encontrarás más inteligencia y educación que en casi cualquier bar o espacio playero español. Y nunca te faltará compañía. Tanto para charlar como para cantar y compartir una botella de ron o para sacarte alguna moneda, pero esto ya lo verás en los ojos de cada uno.
Cuba es un paraíso, y punto. Una forma de vida diferente, original, incomparable. Tiene sus carencias, por supuesto. Entre otras cosas porque es el ÚNICO país del mundo con embargo tanto americano como de todas las naciones que tengan relaciones comerciales con Estados Unidos. Y porque medimos desde el canon occidental, con la lente de clase media acomodada que puede permitirse prácticamente todo a sabiendas de que su patrimonio seguirá incrementándose.
No se la pierdan. Vayan sin remilgos. Paladeen esta perla antes de que la devoren. Y contrasten información de forma empírica, no sólo bajo el punto de vista del poder mediático. ¿Por qué será que coinciden  El País , el ABC y demás diarios de gran tirada en este tema? 
Plantéenselo. Si es posible, con un daiquiri entre sus manos.

Preparativos.


En esto hay para todos los gustos, como en todo. Cuando llegan las vacaciones las opciones se multiplican, pero a los Cangrejeros quince días de apartamento (en la teoría) se nos quedan grandes. Seguro que luego no sería tanto y que los disfrutaríamos como enanos, pero basta que veamos un espacio potencial de viaje para que nos lancemos a la busca y captura del billete low cost. Ahora llega el momento. Vamos con la cuenta atrás, se acerca la hora cero.  Nos vamos a Turquía. Tener padres caravaneros te lleva a haber estado en sitios de los que ni te acuerdas, por eso tengo fotos del 87, Barbie en mano, por el gran bazar o surcando el bósforo. Alberto, por su parte, estuvo hace menos tiempo, en el interraíl. Sea como fuere, ambos volvemos a una ciudad que atrapa turistas de toda suerte y no desagrada o decepciona nunca.
Desde que dijimos que nos íbamos a Estambul sólo nos llueven buenas críticas: ciudad mágica, cruce de culturas... Nosotros vamos a nuestro estilo. De momento, con un billete de avión de ida y vuelta. Sin más.
Lo suyo es no contar siquiera con la vuelta, pero... Nos hacemos mayores.

martes, 10 de agosto de 2010

Rutinas.

Establecer rutinas puede ayudar tanto a amansar a una fiera como a saber apreciar unas acciones concretas. No hablo sólo de levantarse a una hora determinada, comer a otra o dar un paseo siempre en el mismo momento. Hablo de conseguir un orden. El orden, como en las novelas, es fundamental. Si no, tu vida se convierte en algo inconexo, a pesar del inevitable final.
Dónde termina nuestra calle empieza un paseo con parques y en dos esquinas casi contíguas duermen a la intemperie dos vagabundos. Siempre los mismos, sobra aclarar. Ambos, a tenor de mis precarias observaciones, siguen sus propias rutinas. Mientras uno todavía no ha aparecido a medianoche, el otro lo tiene todo colocado y aprovecha para dedicarse al onanismo público. Éste mismo se levanta temprano y espera, con monólogos encriptados, a que llegue la hora de la comida: pan con latas. El trasnochador duerme hasta mediodía y desaparece de nuevo.
A pocos metros se encuentra una mujer de pelo tosco y recogido que, independientemente del momento del día, fuma colillas mirando al horizonte... 
Si uno de ellos altera el orden habitual de sus quehaceres, se te descoloca la jornada (ocurre lo mismo cuando en lugar de tomarte el café de las mañanas te toca salir corriendo y llegar al trabajo en ayunas).
Necesitamos que la realidad permanezca inmóvil para encontrarle nuestros propios fantasmas.
Somos capaces de crear una rutina hasta en los espacios menos pensados o en las etapas más desiguales, quizás por eso buscamos lo viajes organizados que nos permiten, a cambio de un módico precio, mantener nuestro modelo de vida.

lunes, 9 de agosto de 2010

Piscinas Municipales IV: Central Park.

Que los urbanitas nos desgañitemos los sesos por refrescarnos de asfalto y humo de coches en los meses de verano es un hecho fácilmente comprobable: basta con seguir nuestra ruta por alguna de las piscinas municipales del barrio en entregas anteriores o asomarse a los titulares de los diarios que dedican páginas con tarifas y horarios o sucesos exclusivos como el robo de carteras y estado del césped. 
Que lo extendamos a una playa de renombre literario como La Malvarrosa o, incluso, a los famosos enclaves levantinos de Cullera o Gandía es una licencia difícil de revocar. 
Que demos datos sobre una piscina desconocida y, encima, contemos alguna anécdota es, a priori, una información impagable a efectos prácticos: la piscina del Central Park.
Como hace más de un año que estuvimos por allí y supongo que la repetición es difícil de apreciar, es consecuente repetir la existencia de un reducto misterioso en pleno corazón de Manhattan. 
La imagen del Central Park es esa de una jungla en medio de la Gran Manzana, con rascacielos de fondo, lagos helados o con patos desconcertados por su devenir invernal y personajes persiguiendo a la chica de sus sueños, corriendo con sus inseparables cascos de música o hasta galopando en caballos bajo la influencia de Acuario.
Más allá de todos esos clichés, en el Central Park hay una vida subterránea. De la misma forma que en ningún sitio se puede leer que en el Retiro es donde los chavales primerizos se hacen con hachís o que en el parque de Viveros puedes escuchar a Bob Dylan, nadie te dice que en Central Park, nada menos, en su esquina noroeste, puedes darte un chapuzón gratuito. Pero, a qué precio, valga la contradicción.
Poner las cosas gratis te hace crear una multitud de normas tan exigentes que lo que te ahorras de dinero lo derrochas en voluntad. Allí no puedes aparecer sin zapatillas, bolsa o candado. Pero es que si cumples los requisitos te cambian las normas y, entonces, no puedes ir con recambio de calzado, o con candado sino con suelto para las taquillas o con la toalla sin su debido estuche: no es extraño ver rupturas de pareja en la entrada debidas a un olvido imprescindible o a una elección desafortunada.
Cuando consigues entrar ( al cuarto o quinto intento) te hacen pasar a unos vestuarios de rejillas donde te despojan de todas tus pertenencias y te introducen en la ducha (de agua, al menos, y no de gas) sin preliminares, comprobando que toda la superficie de tu piel tiene el brillo de la humedad. Después tienes que situarte en las gradas para esperar, y no enfrente del otro vestuario. Y, por fin, lanzarte al hueco que encuentres en medio del estruendo de pitidos que producen los socorristas amonestando a los usuarios.
Cuando te aclimatas y pretendes dar alguna que otra brazada te desalojan a gritos y te mantienen en fila hasta que se soluciona el problema. En nuestro caso fue, nada más y nada menos, una compresa en medio de la piscina. 
Si aún tienes ganas de ir pero te aterra la idea de sobrevolar el océano, te podemos proponer algunos lugares alternativos en nuestra querida Unión Europea: Birkenau o el masificado Auschwitz.

miércoles, 4 de agosto de 2010

La escafandra.

Al principio no te vas dando cuenta. Comes de las hojas que te ofrecen y trepas a las casas de madera que otros han construido sin inmutarte. Luego notas que tu cuerpo no es el mismo que era. Que cada vez te cuesta más bajar y, además, no se está nada mal ayudando a subir. Poco a poco vas ovillando en tu propio eje. Y la corteza de la vida se te adhiere a la piel. Crees que la escafandra es sólo una máscara, y que cada cual se deshace de ella cuando quiere. Que la crisálida sigue en su interior y eso es, ¡por Dios!, inalterable. Que no pasa nada, que es lo de alrededor lo que muta, que son las paredes las que te tejen en su red. Hasta que ya es demasiado tarde: te has convertido en una mariposa, o en un gusano, y ni te has enterado. 
Efectivamente, Madrid es nuestro capullo de seda. Se ha ido enroscando pausado, entre la normalidad de los transbordos, el poder de la rutina y el agobio del verano. Madrid te atrapa de forma soterrada. Con una cadencia lenta y estable. Desde los pies, para que dejes de maniobrar desde el inicio. 
También vivir dentro de la seda tiene sus ventajas. Que se lo pregunten, si no, a Marco Polo. Y, sobre todo, porque es el único lugar desde el que puedes echar alas y volar (salvo, claro está, si algún niño cruel te las corta o te utiliza como cobaya para carreras ilegales).

lunes, 2 de agosto de 2010

Atrapados en Madrid.

Cuando me vine a vivir a Madrid no me planteé nada. Simplemente me vine. Llegábamos de estar por medio mundo y la decisión de establecernos aquí no era tal. Era sólo una ciudad más.
Si hubiera sido una toma de decisión real me hubiera planteado los pros y los contras, pero (como reza la sabiduría popular): "Quien no tiene cabeza, necesita tener pies."
Es mi caso.
Llega el verano y me asombra ver que hay atascos y que los medios de transporte son insuficientes. Las carreteras están colapsadas, Autorés está en huelga y  Renfe ofrece unos servicios escuetos a coste astronómico (¡cien euros un Madrid-Cullera-Madrid, dos trenes al día!).
Desesperada por pasar un fin de semana con mis padres en mi tierra opté por algo que nunca había contemplado: el puente aéreo Madrid-Valencia.
Lo que en principio podría ser un sueño: llegar a casa en cuarenta minutos, acaba siendo una pesadilla.
A la ida tres horas de retraso y a la vuelta otro tanto. Si tomas en consideración lo que cuesta desplazarse hasta el aeropuerto y le sumas los retrasos resulta que llegas antes de cualquier otra manera. La próxima vez alquilaré un caballo y cabalgaré a lomos de mi corcel blanco hasta el paseo de Cullera.
Por no ser ésto suficiente resulta que llevamos todo el mes pasando los fines de semana en la carretera (no renuncio a la playa ni harta de vino). De forma que nuestras idas y venidas se están convirtiendo en "El día de la Marmota". Ida: Atasco en la A6, accidente y atasco en Sueca. Regreso: Atasco en Sueca, atasco en la incorporación a la A3, atasco en la A6. A eso le sumamos recoger y dejar el coche en Las Rozas y volver, ó buscar parking en Madrid y que se lo lleve la grúa... Tengo que decir que, al menos, ésto último, te saca un poco de la rutina. Somos, a estas alturas del verano, dos tipos grises con cara de póker que sueñan con la playa en un desierto de asfalto mientras vigilan, desde el volante, la serpenteante línea de luces: rojas a la ida, rojas a la vuelta.
Si algo bueno he de sacar de todo ésto... Por un lado, me consuela un poco que Bill Muray hizo lo mismo al llegar al dichoso pueblecito de la peli... Y por otro, quizá puedo presumir de haber hecho una amistad en el aeropuerto (unas seis horas de charla contínua dan para mucho), pero como no puedo dejar que Ryanair se vaya de rositas, después del estado de agotamiento en que me encuentro, desde aquí les propongo un cambio de slogan: "Ryanair: ¡Ríanse!... Y pillen Autorés."

*En la foto: Alberto y yo.

La playa.

La película empieza más o menos así: "No quería ser el típico turista de Khao San Road". Luego avanza la trama y unos cuantos irredentos viajeros se establecen en lo que va a ser el reducto jipi más propio de un Señor de las moscas que de Perdidos. Eso fue hace unos años. Hoy leo un reportaje sobre el lugar real, Mayai Beach, en las islas Phi Phi, donde describen la excursión sin escatimar en precios de cerveza fría, música de chiringuitos o duración del trayecto según el trasbordador.
La distancia juega malas pasadas. Nosotros, hace apenas unos meses, declinamos la oferta de conocer esa playa como respuesta a un panorama de turismo exacerbado en un paraíso cada vez menos natural y misterioso. Ahora, quizás con la nostalgia que da la rutina, me da algo de pena no haberla pisado estando tan a mano. Pero se me quita si pienso en los veinteañeros desaforados y sus interminables juergas, el fuel de los barcos en la orilla del puerto o la impersonalidad de los hostales para turistas.
Convertir el mundo en un resort es algo que los occidentales solemos hacer muy bien. Claro, que si ya hemos caido en el grillete de la pulserita, ¿por qué no pedir daiquiri en lugar de fanta?